sábado, 24 de octubre de 2015

¿Volverá a abrir sus puertas la sala de baile La Paloma?


A pocos metros de nuestra tienda de Barcelona, en el barrio del Raval, existe un mítico local llamado La Paloma, una antigua sala de baile que llegó a ser la más importante de la ciudad. Pero lamentablemente permanece cerrada desde el año 2006. Lo poco que se ha podido averiguar es que se han efectuado obras de insonorización en su interior, respetando su antigua y elegante decoración, ya que está catalogada como patrimonio histórico y arquitectónico. Sin embargo, se desconoce la fecha de su reapertura. Ni el Ayuntamiento de Barcelona ha dado explicaciones ni los vecinos saben nada al respecto.
Cuando tuvimos la tienda en la calle del Tigre número 20 coincidimos con los últimos años de su funcionamiento, siendo testigos de historias singulares ya que la teníamos justo enfrente. Sin duda había mucha vida de barrio gracias a las numerosas personas que acudían a este lugar de ocio. Los comercios de los alrededores se beneficiaban de estos visitantes. Incluso nosotros tuvimos buenas ventas y un montón de gente curiosa que entraba fascinada a visitarnos.


Si bien el interior causaba una agradable impresión por la espectacularidad de la decoración, el exterior no es precisamente llamativo y todavía conserva el aspecto de nave industrial del siglo XIX. Ello se debe a que antes de ser sala de baile primero fue la Fundición Comas, fundada en 1853 y dedicada a la fabricación de máquinas diversas, moldes y fundición de metales. Su prestigio creció al recibir el encargo de toda la decoración en bronce del monumento a Colón, inaugurado en 1888 para la Exposición Universal. Sin embargo, la fábrica sucumbió ante una crisis económica y ello llevó a sus tres propietarios a plantear la idea de reconvertirse en una sala de baile. Cada uno de ellos se encargó por su cuenta de proporcionar una orquesta, abrir un bar y acondicionar la sala. Y así fue, que abrió un modesto local de ocio bautizado con el nombre de La Camelia Blanca, pero su escaso éxito sumado a unas deudas que no fueron capaces de pagar obligó a la venta de aquel vasto complejo al empresario Jaume Daura, responsable de la conversión del viejo recinto fabril en una lujosa sala de baile. Las obras de reforma empezaron en el año 1903 y se prolongaron hasta 1915, pero como sala de baile ya estaba abierta al público con la denominación que nos ha llegado hasta nuestros días: La Paloma, nombre procedente de uno de los perros del propietario de terrenos hortícolas circundantes y anteriores a la construcción de las centenarias viviendas que todavía siguen en pie y otorgan al barrio un regusto antiguo auténtico y original. Los otros perros del mismo dueño se llamaban Tigre y León, que dieron nombre a las otras dos calles donde se halla el local. Otras fuentes aseguran que dichos perros eran en realidad propiedad del vigilante de la Fundición Comas, con lo cual no se trata de una información fidedigna.


El hijo de Jaume Daura, de nombre Ramon, con tan solo 15 años de edad decidió hacerse cargo de la nueva sala y viajar a París para tomar referencias de cara a la decoración interior. Toda una precocidad de chico. De estilo versallesco, las molduras y los relieves con ribetes dorados se encargaron al artesano Ramon Mestres, el cual afirmó que dejaría La Paloma convertida en el Salón de los Espejos de Versalles. Las pinturas del techo fueron a cargo de los pintores escenógrafos del teatro del Liceo, Salvador Alarma y Miquel Moragas. En 1915 se terminó la galería del primer piso con cuatro escaleras a ingles para acceder a los palcos, y no fue hasta 1928 que se instaló la espectacular lámpara de techo que preside e ilumina toda la pista, elemento que simbolizó el final de las obras de construcción de la sala de baile y que se celebró con una gran fiesta de carnaval. Durante sus inicios, La Paloma estaba frecuentada por lo que vulgarmente llamaban “mala gente”, lo que motivó al propietario a contratar camareros forzudos y envalentonados que ayudaron a disuadir a los clientes conflictivos. Ello fue el inicio del prestigio del local que empezó a ser frecuentado por artistas e intelectuales de la Barcelona bohemia. Entre algunos de los habituales estaban Pablo Picasso, que conoció allí a su novia Rosita del Oro, y Salvador Dalí, que sentado en un palco dedicaba su tiempo a dibujar a los personajes que visitaban la sala. Como anécdota divertida, contaba el cronista barcelonés Sempronio que a menudo se hacían concursos de resistencia siendo vencedores quienes eran capaces de bailar durante más horas sin parar.


Al estallar la Guerra Civil, La Paloma fue incautada y reconvertida en galería de tiro. Hasta la posguerra no fue devuelta nuevamente a Ramon Daura, que reabrió la sala de baile e inventó un personaje llamado La Moral para evitar que el régimen franquista tachara el recinto de centro de vicios. La Moral era un hombre encargado de pasearse por la pista de baile con un bastón en la mano cuya misión era separar las parejas que se pegaban más de lo consentido mientras bailaban. Hipocresía puritana al poder que se prolongó hasta la década de 1950. La Paloma empezó a padecer los primeros síntomas de decadencia y a perder el esplendor de las décadas anteriores, pero gracias a un grupo de artistas la sala se mantuvo viva. Fueron los pintores Josep Guinovart y Marc Aleu, el fotógrafo Francesc Català-Roca y el escultor Xavier Corberó quienes volvieron a darle vida y a extender su fama. Tras el final del franquismo, ya en los años de la transición democrática, La Paloma se convirtió en punto de encuentro de estudiantes, artistas e intelectuales, incluso de gente asidua al teatro del Liceo. Como sala de baile frecuentada habitualmente por personas mayores, a menudo gente viuda, separada y solterona, poco a poco empezaron a incorporarse jóvenes gracias a la ampliación de la oferta musical. Ocasionalmente La Paloma fue el escenario perfecto para celebrar fiestas, conciertos, actos oficiales y entrega de galardones, hecho que demostraba la polivalencia del recinto y las posibilidades que podía ofrecer como espacio cultural y de ocio, así como su adaptación a los nuevos tiempos.


Desgraciadamente, la ampliación de la oferta lúdica a discoteca aunque fue con la buena fe de atraer al público joven terminaría por convertirse en la tumba del local. Con el aumento requerido de la sonorización, los propietarios se vieron obligados a efectuar reformas para insonorizar el local debido a las quejas vecinales. Parecía que el problema se había solventado con una nueva cubierta, pero sin embargo, como consecuencia de los severos conflictos con los usuarios al salir a la calle a altas horas de la noche, el Ayuntamiento de Barcelona ordenó el cierre del local indefinidamente mientras no se instalaran sistemas de insonorización adecuados.
Desde aquí deseamos que este patrimonio histórico de la ciudad jamás se pierda y sea recuperado, reabriéndose para uso y disfrute ciudadano. En el momento que así sea, nosotros os recomendaremos que acudáis a La Paloma.