El 13 de octubre de 1956 apareció el primer número de Gaceta Ilustrada, dirigido por Manuel Jiménez Quílez, conocido como “el periodista católico”. Los orígenes de este semanario se remontan con motivo de la celebración del XXXV Congreso Eucarístico Internacional en Barcelona, cuando el Conde de Godó editó durante el certamen la revista Pax, con ayuda del sacerdote Ramón Cunill y de Antoni Julià de Capmany, siendo este el laboratorio donde se formó el equipo creador de Gaceta Ilustrada, dentro del Grupo Godó, como el primer magacín español de información general que importó técnicas anglosajonas, incluidas las de distanciamiento. Se trataba de editar un semanario de información general ni falangista ni gubernamental y ni siquiera popular. Unos y otros deseos y la admiración por Paris Match francés se tradujeron en la aparición de “Gaceta Ilustrada. Revista semanal de actualidad mundial”, con redacción en Madrid, talleres en Barcelona y huecograbados de Tisa de La Vanguardia Española.
El 21 de septiembre de 1957, Jiménez Quílez cesó a favor de su segundo de Redacción, Manuel Suárez Caso, periodista asturiano que desarrolló su carrera en Madrid y compaginó su trabajo periodístico con la escritura de guiones para películas, en solitario o en colaboración. Integrante del círculo católico de periodistas, dirigió la Revista Internacional de Cine editada por la Oficina Católica Internacional de Cine. Y esas relaciones lo condujeron a la directiva de Gaceta Ilustrada cuando Quílez fue llamado a la censura ministerial.
Quizá por su carácter de puro magacín, Gaceta Ilustrada no tuvo para la opinión especializada de la prensa de aquellos años la relevancia de otros medios. Sin embargo, conectó con la rica tradición de la prensa gráfica del pasado y proporcionó a los lectores españoles de la década de 1960 un semanario de lectura y entretenimiento. La revista sólo era comparable a Paris Match o Life, aunque las diferencias fundamentales eran tanto la libertad como los medios: mientras que el semanario francés y el norteamericano cubrían directamente la noticia con sus fotorreporteros, y más cuanto más conflictiva fuera, en Gaceta Ilustrada, los viajes se reservaban para grandes reportajes literarios y fotográficos y de los llamados de interés humano, pero no a conflictos. Para lo que la Redacción llamaba el pliego de color, los reporteros del semanario cubrían tres campos: los convencionales, los de sociedad y los de interés especial. Gaceta Ilustrada era, en ese sentido, el Life o el Paris Match español, un tipo de semanario más parecido a las grandes revistas ilustradas de la década de 1930.
Era una revista donde las entrevistas con personajes como los escritores de novelas de kiosco tenían una repercusión hoy impensable, por dar a conocer al público personajes misteriosos cuyos escritos habían alimentado la lectura de consumo de varias generaciones que no disponían más que de la radio para evadirse. Tenía además ese espíritu de modernidad de los grandes semanarios internacionales. El diseño era pieza fundamental del aspecto de la revista, porque introdujo desde el principio técnicas de compaginación entonces de muy poco uso: ya usaban maquetas para ordenar el contenido con el fin de equilibrar fondo y forma.
La dirección de Suárez Caso, de 1958 a 1976, fue la de mayor rentabilidad de la revista, con unas ventas medias de unos 100.000 ejemplares. Se apoyó en un equipo profesional muy eficiente y en una nómina de colaboradores de altura, apoyándose en tres patas que, tradicionalmente, mantuvieron el espíritu de la revista a través de los años y de los directores: las críticas a cargo de plumas por encima de todo reproche; las entrevistas, a las que siempre se otorgó gran preponderancia y donde brillaron los estilos personales; y las fórmulas literarias o que atendieran a intereses globales. Se pude considerar que la escuela de fotoperiodismo nació y creció en las páginas de esta revista, cuna de la llamada escuela catalana de fotografía con nombres de fotógrafos tan admirables y principales de la expresión gráfica de la Cataluña y de la España de la segunda mitad del siglo XX.
En 1976, Luis María Anson fue nombrado nuevo director y miembro del Consejo de Dirección de La Vanguardia Española. Manuel Suárez Caso se incorporó como presidente del Consejo Editorial de Gaceta Ilustrada, S.A., de la que era accionista por donación del conde de Godó, y que estaba formado por Anson, Fernando Bolín (que era el director comercial), Néstor Luján y Francisco Noy. Anson apenas duró un suspiro en la dirección, pues en septiembre de 1977 el gobierno Suárez lo nombró presidente de la agencia Efe. Pero en esos pocos meses amplió la Redacción y aplicó fórmulas que había ensayado en Blanco y Negro. Algunas fueron reprochables, como gastar por encima de lo ganado, y otras hábiles que permitieron al semanario afrontar una competencia gradualmente mayor y con más éxito.
Lo único que se mantuvo incólume fue su cartera publicitaria, un magnífico soporte publicitario que así lo fue durante toda su historia.
En septiembre de 1976, cuando Anson fue nombrado presidente de la agencia Efe, se nombró director a Jesús Picatoste, continuando con la misma línea pero con apreciables pérdidas formales, pues se volvió a la vieja y deslucida fórmula ahorrativa de reservar el buen papel para los pliegos de color e imprimir los de blanco y negro en el papel barato de huecograbado, mate, amarillento y de poco gramaje. Hizo algunas incorporaciones de periodistas y continuó en esa orientación volcada en la política y el aburrimiento del lector. De todas formas, en noviembre de 1977 aceptó incorporarse en la estructura de gobierno de UCD y fue sucedido por Ángel Gómez Escorial como director y José Ignacio Gómez Centurión como subdirector. Se intentó recuperar el espíritu tradicional de la revista, pero se habían sucedido demasiados directores, demasiados cambios y demasiadas pérdidas de lectores y de cartera publicitaria, sin que los nuevos directivos supieran encontrar un camino en un mercado muy disputado por entonces y con líderes asentados firmemente en cada uno de los tramos del sector.
A principios de 1983, el grupo Godó vendió un 51%, de Gaceta Ilustrada, S.A. al editor argentino Alberto Leandro Llaryora, quien tras unas semanas sin publicarla para preparar el proyecto y el rediseño, sacó a los kioscos una Nueva Gaceta Ilustrada, que ofrecía un aspecto totalmente renovado y continuaba la numeración anterior. Gómez Escorial aún estuvo unas semanas como director. Lo sucedió Mario Mactas, en una etapa marcada por la acumulación de deudas por unos treinta millones de pesetas. Godó, que seguía imprimiendo la revista en sus talleres Tisa, decidió no seguir haciéndolo ni aportar más dinero para cubrir las pérdidas. El 16 de febrero de 1984, Gaceta Ilustrada dejó de publicarse y a los dos meses se anunció el cierre definitivo.